6 dic 2007

¿Sueño, realidad o universo paralelo?


Como siempre al despertar, sin aún haber abierto los ojos, sintió ese crujido de ramita rota dentro de su cabeza; esa señal que ella interpretaba como una pobre neurona más muerta en combate, en la lucha por anunciar la verdad que su mente le gritaba en sueños y que su conciencia se empeñaba en ignorar.

Abrió primero sus oídos y oyó cantar al cuco. Ese canto siempre le recordaba las acampadas de adolescente. Despertar dentro de una tienda en un cutre-camping; el olor a pino, la leche condensada al lado de los calcetines y de las colillas de porros, el sonido del mar, la aventura emocional de cada día…
Abrió después los ojillos pegaditos de tantas horas de sueño. No se ve con mucha claridad después de dormir ¿12 horas?, quién sabe. Parpadeó varias veces. Sus ojos estaban secos y necesitaba llamar a sus lágrimas para que permitieran que la luz no fuera tan dolorosa.

Había algo que no cuadraba, algo era distinto pero aún su mente estaba reparando la rotura y no había una comunicación ojo-mente muy fluida.
Encogió su cuerpecillo delgaducho y frágil para despacito sentarse al filo de la cama y que el fresco de la mañana le despejara la mente.

Posó sus pies sobre la alfombra.
No era el tacto de siempre. Era fresco, humedo, suave… natural.
Parpadeo cuatro ó cinco veces mas, rápidamente, apremiando ver qué estaba pisando.

La sorpresa fue desconcertante. ¡¿Tenía los pies posados sobre hierba?! Hierba fresca, llena de rocío mañanero. ¿Su cuarto se había convertido en un prado? Tenía la mente aún demasiado atontada como para asustarse. Sentía ese bloqueo en el que no puedes pensar, en el que sólo dejas fluir la información por tu mente y, como mucho, sólo aciertas a construir alguna pregunta aislada: “¿Qué? ¿eh? ¿Pero… qué?”

Se levantó y notó como el suelo era blandito y mullido, la tierra se amoldaba a su peso debajo del follaje. Comprendió el olor a verano que había sentido al oír al cuco.

“¿Pero si vivo en un pobre y triste piso en medio de la ciudad? ¿o no?”

Comenzó a darse cuenta de que no era lo único distinto. Por lo pronto la hierba no era verde, era azul añil, casi morado. Era extraño pero tan precioso que no podía llegar a asustarse porque estaba realmente maravillada con la belleza de la vista de su suelo.
Y al observar la habitación con intención vio que las paredes eran de color rosa. De un rosa chicle desigual, difuminado con pequeñas brumas de naranja. ¿Pero…? ¿Qué…?

No eran así antes de acostarse. Eran blancas, muy sosas y muy blancas y por eso mismo estaban llenas de objetos que se afanó en poner por doquier para no verlas.
Entre la cómoda, el armario y los cuadros empezó a distinguir la verdadera naturaleza del color de los muros. ¡No estaban! ¡Habían desaparecido y lo que veía era un cielo rosáceo con nubes anaranjadas!

Eso si le dio miedo y vértigo ¿Dónde estoy? ¿Estoy soñando? ¿Voy a caer en picado? ¿Dónde están los demás edificios? ¿Estoy en la cima de un abismo? ¿Estoy en un universo paralelo? ¡Es esa película que ví, si, es esa película!
La sensación era desbordante, una rueda giraba en su cabeza sin encontrar el freno de siempre.

Se sentó en la hierba mojada que empapó su pijama, agarró un puñado de brizna con las manos y la arrancó para restregársela por la cara y que el frescor aliviara la sensación de náusea.
No entendió en aquel documental el concepto de universo paralelo y ahora estaba perdida ante la realidad que sus ojos le mostraban. No podía poner en orden esas imágenes, se parecían demasiado a un negativo de la realidad. ¡Los colores del revés!

Los colores eran demasiado importantes en su vida como para asimilar fácilmente que todos no fuera como antes. Siempre le influyeron y marcaron de forma exagerada. Pocas veces se atrevió a exteriorizar a nadie el horror que le daba el verde o el mareo que le producía el amarillo, la excitación del añil o el amor del violeta.

Siempre fue “rarita” y desde muy pronto le hicieron saber que eso no te hacía ser querida, así que hablaba con la televisión cuando su habitáculo mental de los sueños estaba lleno y la puerta amenazaba con explotar. Cuando ya no podía callar más, cuando ya no soportaba más el silencio hablaba con la locutora del telediario o con el león del documental. Les contaba su día a día, sus rarezas, sus dolores y sus pasiones.

Intentó tragar saliva, se dio tortazos en la cara para despertar, se apretó las manos clavándose las uñas para que el dolor la arrebatara de esa realidad desconocida.
No, estaba claro que era real. Tenía miedo de moverse del suelo porque este ya no le parecía tan firme. ¿Qué sujetaba sus cuadros si no había paredes? Quizá la transformación se debiera a su obsesión en acumular óleos y fotografías que le introdujeran el exterior en el interior de su habitación.
¿Sus cuadros tenían la culpa? No, ¡que tontería! No acertaba a poner en pié ninguna explicación lógica. Sólo era una idea tonta fruto del desconcierto. Esto era demasiado gordo como para hacerlo una inocente afición.

¿Y si se había vuelto loca? Eso sí era una posibilidad anunciada. Demasiados pensamientos en cadena dando vueltas sin fin en el laberinto de su masa encefálica, demasiadas horas hurgando en su mente, demasiados años sin encontrar respuestas y sin parar de hacer preguntas, demasiados colores chirriantes, demasiadas ramitas rotas día tras día…
Entonces, quizá ya no percibía la realidad de antes, quizá estaba sola, o quizá alguien la miraba o le hablaba sin que ella lo viera porque ya había pasado al otro lado.

¿Seguía siendo ella misma real?
Se paró en seco al pensar que aún no se había mirado con detenimiento, no había reparado en si ella seguía igual o no, si su piel, su cara, sus ojos, seguían siendo los de la noche anterior.

Tenía miedo, mucho miedo.

Si su mente se había descontrolado, si había traspasado la barrera de la razón, esa que tanto temió durante tanto tiempo le aterraba pensar en qué se habría convertido la imagen, pobre y desproporcionadamente negativa, que ya tenía de sí misma.
¿Sería un monstruo deforme y terrible imagen de las sufrientes vivencias sin curar de su vida? ¿Estaría entera? ¿Habrían desaparecido partes de si misma y cómo debería interpretarlo? Estaba muy confusa.

¿Y si no miraba? “Ojos que no ven, corazón que no siente”. Un buen refrán que aprendió tiempo atrás, cuando decidió dejar de saber quién le traicionaba, quién le mentía o quién le utilizaba como bufón. Era mejor no saber y decidir que la realidad era como el juego del cu-cu de los bebés. Si te tapas los ojos y no ves a los demás ellos tampoco te verán a ti.

Se levantó de un salto. Fue un impulso, instintivo a un estímulo que no acertó a localizar. Su espalda se estremeció con una ráfaga de viento que le meció el pelo. Giró sobre sí misma y miró la puerta de su habitación.

Allí estaba, suspendida en el aire.
Sentía una llamada que no eran unos nudillos en la madera ni una voz al otro lado. Sólo era una llamada. La observó y vio que no era la misma puerta marrón, cutre, con corazón de cartón y aspecto de pobre imitación a madera. Ahora era una puerta blanca pura, firme, sólida, maciza, señorial. Era una puerta que le llamaba y le decía quién estaba detrás de ella en esa llamada secreta que ni ella misma podría describir.

Sintió miedo, emoción, alegría, y nada de esa maraña de sentimientos la hacía frenar su deslizar hacia la puerta.

Si, ya no andaba, se deslizaba suavemente sobre la hierba morada, a ras de ella, sintiendo como le hacia cosquillas en la planta de sus pies destrozados por el uso, llenos de callos, durezas, heridas mal curadas de una vida intensa.
Porque otra de sus rarezas era la decisión de no usar máquina alguna que la transportara que no fueran sus pies, por muy lejos que fuera su destino. Decía a todo aquel que le preguntaba que no le gustaban las prótesis. Se sentía mejor tal cuál nació o le conformo el andar por su vida. No usaba tampoco gafas a pesar de su miopía de 6 dioptrías y sin embargo, se desenvolvía con soltura a golpe de intuición. Se decía a sí misma que la vida era más bella desde sus ojos filtrados.
Así que ahora era un placer el poder hacer descansar sus maltratados pies y sentir como algo suave y fresco se dejaba arrastrar bajo ellos.

Un imán implacable la arrastraba y sentía un millón de vectores tirando de ella. Le hizo rememorar las interminables clases de física en el instituto que nunca consiguió entender por que nunca imaginó su sentido útil. Ahora lo vivía en su cuerpo.

Sabía quién estaba tras la puerta, sentía el olor, las sensaciones de contradicción, amor, desconcierto, miedo, añoranza, perplejidad, estremecimiento, vacío, soledad, culpabilidad, reproche… locura.

¿Significaba que estaba muerta?
¿Era mejor que estar loca?
No lo sabía, no podía ni quería pensar

La mano, pequeña, delicada, casi de niña se elevó y sin que su mente lo ordenara agarro el pomo y empezó a abrir. Empezó a sonar una seguidilla “A la puerta de un rico avariento….”
No había duda de quién era, nunca hubo dudas.

Mientras la puerta se abría a cámara lenta un cuervo blanco atravesaba el cielo rosanaranja, anunciando con su graznido que la verdad estaba cerca.

Una pequeñita lágrima se asomó al balcón de sus negras y brillantes pestañas. No quiso caer del todo, no quiso hacerla parpadear.

Y así, ante la emoción, el desconcierto y el tiempo en suspenso, volvieron a penetrar en sus oídos las palabras de siempre.

"No sabes la alegría que me da verte, cariño, mio. No lo sabes bien"

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sueño, realidad, universo paralelo... Lo importante es el reencuentro. Después, las cosas que acostumbramos a creer importantes ya no lo son tanto.

¿Me pareció ver un lindo cuervito?

Diáfana dijo...

Jijijijij, siiiiii
Lo hice volar al final para obligarte a leertelo enterito. Como gerente es tu labor hacer que los clientes estén contentos y yo soy una buena cliente, de hecho soy de las que van todos los días a Cuervolandia. ¡Y es que es tan divertido! :))