9 ago 2007

Solas tú y yo, frente a frente

Hay una tipa dentro del espejo que me mira con cara listilla, con cara de saber mucho más de mi misma de lo que mi conciencia consigue vislumbrar.
Tienes los ojillos llenos de lucecitas burbujeantes, una sonrisa pícara y una mirada casi infantil. No hace demasiado que me la encuentro y me pregunto de dónde salió.

No se, antes no estaba, de hecho antes cuando miraba dentro del espejo no había nadie o nada, estaba vacío. Bueno, no es así exactamente, estaba lleno de caras raras, opacas, tristes, sin brillo alguno, caras que no me pertenecían. Yo creo que las odiaba y por eso hacía como la que no las veía. No es de extrañar que no me asomara mucho a mirar con ese panorama.

¿En que momento empecé a odiar a esas imágenes? Me gustaría saber el instante exacto en el que el desarrollo de mi personalidad encontró el odio como forma de expresión.

Esta tipa de ahora, esta que me mira con cara de guasa, es otra cosa. Tiene algunas arruguitas, aunque de momento casi ni se ven, unos quilitos de más pero que no afean demasiado y un pelo brillante con finas pinceladas en blanco que le dan aún mas luz. Si, esta me gusta más.
A veces me asomo para ver que me dice, que se cuenta, un ¿cómo va todo? Y por su expresión parece que todo va bien.

Sigo mirándola con un poquito de recelo, será la costumbre, y es que todavía hay momentos en los que me parece una extraña, pero aún así, creo al fin poder ver lo mismo que ven los que la quieren y eso es una sensación a la que necesito acostumbrarme.
No es que no me guste, es un sentimiento placentero y a veces incluso excitante, una especie de ansiedad positiva, repito, será la mala costumbre de no sentirlo, lo que ocurre es que su mirada, su carita, me da pudor y me abruma un poco. Es el mismo pudor que siento ante alguien en quién adivino una personalidad digna de mi admiración pero que por eso mismo me hace sentir más pequeña. Suena absurdo, suena idiota, suena raro. Sólo es una imagen que está además a mi absoluta merced, si no la miro no existe. ¿Le tengo miedo? “Que en tu silencio no te encuentres a ti mismo” ¿Irán por ahí los tiros?

Probablemente todo empieza cuando, tomando como base una educación cristiana, te inculcan el sentimiento de culpa en lo mas profundo de tu ser. Te hacen creer que el prójimo es más importante que uno mismo. Vamos, que ni Santa Teresa. Porque la frase “amarás al prójimo como a ti mismo” se perdió en el camino y se quedó en amar a los demás más que a uno mismo, a tener mas en consideración sus necesidades, sus circunstancias, a ser mas benevolente y comprensivo con el otro que con el que llevas dentro, porque en algún momento se confundió el amor propio con egoísmo malsano y se desterró el desarrollo de la autoestima como algo mal visto.
El miedo a pasarte de la raya, a ser señalado con el dedo como esa persona "egoísta" que elige quererse por encima de todo, se mete en los huesos. Terrible error que mina la perfecta autoestima con la que creo que nacemos todos y que hace que con los años uno tenga que hacer el complicado y tremendo esfuerzo de desandar lo andado, de desaprender lo aprendido.

Vale, tendré que poner remedio a esta situación. ¿Qué tal si nos vemos las caras más a menudo? Si, como el que entrena su cuerpo en el gimnasio o su respiración con los ejercicios de relajación. Entrenemos nuestros ojos, nuestra mirada cara a cara, nuestras pupilas frente a frente, con amabilidad, con buena disposición, solo hasta que me acostumbre, hasta que no sea tan raro, tan abrumador, hasta que sintamos que llegamos a expresarnos libremente, sin miedos.

¿Sabes? La justicia divina no existe, la realidad no existe, nada puede pasar, nadie puede hacernos daño porque solo estamos tú y yo y sólo queremos querernos, ¿verdad?

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Olé, Olé y mil veces olé...

Eso es, el secreto, quererse, aceptarse y aprender a convivir con uno mismo.

¡Me ha encantado Diafana, muchas gracias!

Ana

Diáfana dijo...

Gracias a ti por estar ahí.

safrika señorita dijo...

muchas gracias por tu comentario en mi blog, hasta pronto!

Mariano Cruz dijo...

Los espejos siempre parecen devolvernos una mirada ajena, a veces es un buen ejercicio antiego mirarse al espejo, al contrario de lo que se suele pensar, el reflejo nos devuelve amenudo la imagen de un extraño. Narciso, entonces, no era un ególatra ni estaba enamorado de sí mismo, de ese Otro cuya imagen le devolvía la superficie quieta del estanque. Digo yo...

Diáfana dijo...

Tienes razón! Pobre Narciso!
Que cruel el mundo usando su nombre como arma arrojadiza contra los que se ponen cachondos degustando su propia imagen.
Además, que terrible final, el pobre muerto ahogado para servir de escarmiento. Y que exagerado, no? Cosas de griegos.