19 ago 2007

A ti que me vives desde el otro lado

Quiero dedicarte unas palabras sólo con la intención de que sepas cual es mi mirada y hasta que punto siento clara mi visión de nosotros.
Un día, por pura intuición, decidí abrir una ventana con acceso directo a tu trastero. Fue todo un acierto (punto para mi) porque desde un primer momento hubo un camino llano que conducía directamente a la risa, al entenderse sin tener que explicar nada, en el que los sentimiento te cubren hasta emborrachar, en el que el tiempo deja de tener una secuencia fija y lo marca sólo el cansancio de horas de intercambios y esa certeza de que fuimos gemelos en algún momento de nuestras vidas, pasadas, presentes o futuras (vete tu a saber).
Yo se que te asustan los sentimientos intensos, se que te desconcierta tanta coincidencia. Esa sorpresa te hace ver en mí cualidades que tengo sólo en virtud al reflejo que encuentro en ti.
No soy mas sabia, ni estoy de vuelta de todo, no tengo poderes, es tan sencillo como que al mirar tu sonrisa sonrío al unísono porque es eso lo que hacen los reflejos. Al mirarme en tus ojos, los míos se achinan igual, mis arrugas florecen igual, mi esencia brota igual.
Puede que suene a desgastado eso de “tengo la sensación de que nos conocemos desde siempre” pero es que quizá tenga alguna explicación científica o psicológica porque es exactamente lo que mi pulso me dicta.
Si, fue un gran acierto el día que decidí abrir mi ventana de cara a la tuya, esa que pintaste con un brumoso lago nocturno, con luciérnagas saltando y grillos cantando.
Es curioso como hay encuentros que, a pesar de quererlo, a pesar de poner empeño en ello, no se rompen tan fácilmente. Tienen una naturaleza duradera en si mismos hasta el punto que desafían cualquier principio, cualquier ley o norma que tan esmeradamente hemos forjado y a la que tan sólidamente no creíamos anclados.
Pero no temas, no quiero poner grilletes en tus pies ni en tus manos y mucho menos en tu imaginación. Nada me haría mas feliz que ver como salen alas de tus orejas y tu mente vuela libre.
Debes saber que yo no me fui. Sólo hice lo que hacen los reflejos, di la espalda cuando tú la diste. No puede hacer más.
Aunque quizá sea más acertado decir que tú no eres el original ni el reflejo, ni yo tampoco, porque los dos somos ambos.
También se que tu cuerpo sentía dolor en cada músculo, en cada tendón, en cada víscera, que te encontrabas convaleciente y, me atrevería a decir, comatoso. Pero fue tan clara la visión de que en algún momento estuvimos unidos por el mismo hilo vital que no necesité que tu lo supieras para verlo yo.
Te escondes, porque necesitas tener las espaldas resguardadas, necesitas tiempo (no se sabe cuanto ni falta que hace medirlo) para que la nube de tus ojos se desvanezcan y veas que la luna no está empañada, que no es una visión ilusoria, no es un engaño, no es un truco.
Te atreves a decir palabras con tanto poder de enraizamiento como “te quiero” quizá pensando que no traspasaran las barreras antiparásitos, quizá esperando que no trasciendan mas que en una fila de letras bien sonantes, y sólo te atreves a hacerlo tras la penumbra de una ventana que crees te protegerte de futuros desengaños. No tiembles, los engaños existen cuando se cree que sólo hay una verdad.
No espero nada, no pido nada, no añoro nada. Todo está en su sitio y lo que no, es que precisamente tiene que estar sin etiqueta.
No quiero que cambies, ni que aceleres tu ritmo (el mío va rápido como un antiguo recurso ante el aburrimiento) no espero que un día veas una luz y me veas como la solución a tus problemas, no espero que abras los ojos y veas tus sueños hechos realidad en mi, no espero que quieras que llene tus vacíos.
Sólo se que me entiendes, porque, a pesar de tu escondite, a pesar de tus pupilas dilatadas por la oscuridad, de cantar bonitas palabras desde la sombra, se que tus ojos ven el espejo, pero que, en la negrura de tu refugio, la luz aún hace daño.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Encontrarse en la calle con un amigo, asomarse desde el balcón para ver lo que pasa, irrumpir en una habitación ajena por error, pararse de asombro al oír un grito, sentir suspirar a un desconocido que pasa al lado, extasiarse ante una belleza inesperada constituyen episodios de la vida cotidiana. Son estos encuentros los que originan los sentimientos básicos de nuestra existencia. Pueden ser objetivos, involuntarios, o subjetivos, deseados, pero siempre despiertan algo en nosotros. Sentir es recibir impresiones y sensaciones oscuras de los seres o cosas, que nos desconciertan. Tal ocurre con los encuentros por azar, no buscados. Sin embargo al adentrarnos en ellos y configurarse como como estados de ánimo, revelan una disposición o querencia que yacía escondida. Por ello, el sentir fortuito que suscitan puede originar mas tarde, al vivirlos interiormente, sentimientos profundos. En un principio estamos en el mundo sin saber bien lo que sentimos, pero abiertos a los posibles sentires que nos causan los encuentros. De aquí es necesario entregarse a ellos, enriquecer los diálogos con los otros y multiplicarlos para descubrir lo que realmente sentimos.

Marisilla dijo...

Hola nena. Que digo yoooo, queeee, he estao leyendo tu comentario en nuestro blog sobre la nueva sobrina y he echao de menitos un besito también pa mí, chula!

Como no te lo tengo en cuenta, jeje, te mando yo un beso y un abracito!

MARISA.

Diáfana dijo...

"descubrir lo que realmente sentimos" Ardua tarea pero necesaría para llegar a saber quíen coño es el que habla dentro de tu cabeza.

Me gusta, mucho. Seguiré abierta y entregada a tus cantos de grillito a ver si así descubro que siento en realidad.

Besitos :)