30 jun 2010

Corazón

Nacemos con un corazón limpio y puro. Lo amamos, como amamos todo lo que somos, sólo por el simple hecho de ser.
Vamos creciendo y poco a poco vamos adivinando cómo funciona el mundo que nos rodea. Llegamos a la adolescencia y nuestro corazón empieza a volverse un estorbo, empezamos a tomar consciencia de que su pulso no hace más que traernos problemas, así que lo desterramos como quien no quiere la cosa y es cuando comenzamos a fabricarnos el disfraz que todos vestimos, puntada a puntada.
Con el tiempo le añadimos algún parche, un bolsillo por aquí, una cremallera por allá y es así como conseguimos defendernos en esta selva social.
Pero llega un día, pasada la primera juventud, que algo resuena en casa con un tic tac que nos es familiar, nos sorprende, nos atrae y buscando en el trastero encontramos a nuestro corazón inexplicablemente vivo aún.
Le pedimos perdón, le lloramos con un abrazo y lo colocamos de nuevo en nuestro pecho. Es entonces cuando comenzamos a entender que sólo nosotros podemos construir el camino por donde sacarle a pasear con alegría y orgullo, donde recuperar el amor perdido a todo lo que somos, lo que fuimos y lo que seremos, solo por el simple hecho de ser.

2 comentarios:

Felipao dijo...

Ole.

Gabriel dijo...

Un lujo.